( publicado el 6 de enero de 2009)
Esta mañana, mientras me dirigía con mis padres a casa de mi abuela, tradición familiar desde que mi memoria alcanza a recordar en el día de Reyes, ha surgido, de pronto, una extraña conversación en torno a la memoria histórica, la apertura de fosas comunes para devolverle el honor, la honra, el recuerdo y todo lo que perdieron los asesinados de la Guerra Civil, sobre Lorca, el Valle de los Caídos, el Juez Garzón, los herederos de Lorca…etc, he recordado algo que leí la semana pasada, y es que, en tierras del Ebro, se colgó una placa conmemorativa en la que puede leerse:
“A los que perdieron la guerra, que fueron todos”.
Dos tíos de mi padre fueron sacados de sus casas, por la fuerza y sin explicaciones, en una de las trágicas noches que duró aquella guerra entre hermanos. Jamás su volvió a saber de ellos…¿quién sabe?: quizás sean nuestros tíos ricos de América, aunque la cruda realidad es que, probablemente, no volvieran a ver la luz del sol. Seguramente fueron disparados a quemarropa por algún pelotón de fusilamiento y lanzados a una fría fosa común donde aún hoy reposan sus huesos. Y como dice mi padre: “todo el mundo tiene el derecho de enterrar a sus muertos”.
Y no voy a hablar de que un bando fuese mejor o peor que el otro: todos cometieron atrocidades y punto. Es lo que tiene una Guerra Civil que, de entre todas las guerras, es la que saca lo peor de cada ser humano, porque no deja de ser una matanza cainita: familiares denunciándose mutuamente para intentar salvar el pellejo, amigos a los que les tocó luchar en bando opuestos, personas que fueron obligadas a pertenecer a un bando que, quizás, no fuera el que iba con sus convicciones políticas (a mi abuelo paterno le pasó: fue enfermero del bando nacional, a pesar de que, dentro de su mente, estuviese más a la izquierda), saqueos, enfrentamientos…y todo lo que sobrevino después: la Dictadura, la Autarquía, el aislamiento internacional, las prohibiciones, la falta total y absoluta de derechos y libertades, el racionamiento, los grises, las persecuciones, las cárceles, y así hasta el infinito.
Está claro que yo no viví aquella época y, gracias a Dios, soy una hija de la Democracia (literalmente, que por algo nací en 1978), así que no estoy en posición de opinar si antes se vivía mejor o peor, pero, desde luego, no cambio la libertad por nada y, probablemente, si hubiera vivido en aquella época habría acabado como las 13 rosas o, un poco más tarde, en la cárcel, “entre rojas”, por sindicalista, por la defensa a ultranza de la memoria histórica, por condenar el vacío en torno a la muerte de Lorca, por los exiliados (sobre todo culturales: una vergüenza. Todo dictador, lo primero que hace al llegar al poder, es quitar de en medio a los intelectuales, porque son ellos los que piensan. Y así aquella guerra mató, no sólo a Lorca, sino a Machado e incluso a Miguel Hernández), por todo.
Quizás hoy, día de la Epifanía del Señor, no sea el más adecuado para este posrt pero, simplemente, quería tener mi particular regalo de Reyes con todas las víctimas de la guerra (de ambos bandos) y de la Dictadura, y no sólo los asesinados, sino los encarcelados, los exiliados…y todos los que sufrieron que fue españa entera.
Aunque no soy muy aficionada al cine de José Luis Garci, me encanta su dedicatoria final en la película Asignatura Pendiente, dividida en dos partes:
1. “A nosotros que nos han robado la inocencia….”, en clara alusión a la juventud de los últios años de la Dictadura, los que más sufrieron las represiones probablemente.
2. “A Miguel Hernández que murió sin que supiéramos de su existencia”
El día que vi esta película, durante mis años de facultad, me emocioné al leer esa dedicatoria a Hernández, el poeta, porque es uno de mis preferidos, y murió pobre y relegado al olvido más vergonzoso porque su recuerdo no le convenía al régimen.
Se oye, se dice, se comenta…